Oscar Wilde dijo una vez: "Que hablen mal de uno es espantoso. Pero hay algo peor: que no hablen."
Fue en 1992 cuando descubrí el graffiti. Desde aquellos primeros años muchas cosas han cambiado: la ciudad, los trenes, las cocheras... incluso muchos compañeros de aquella época ya no están. Sin embargo, si existe algo que no ha cambiado ha sido mi pasión por este juego.
El graffiti es tan diferente como lo es cada escritor. En lo que a mi respecta éste se compone de un universo de sensaciones que envuelven el mero hecho de pintar, sensaciones que se identifican con la palabra sacrificio: levantarse en la mitad de la vigilia, acostarse cuando sale el sol, o directamente no dormir, pasar frío y hambre, correr hasta vomitar... adversidades a superar, premiadas por el fugaz regalo de los colores sobre el tren.